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El camino del perfeccionismo

La búsqueda de la perfección es la vía directa a la frustración y la ansiedad. Se suele creer que a mayor perfección mayor felicidad, pero al final ésta no llega porque siempre se puede encontrar una forma mejor de hacerlo, conseguir un poco más, llegar un poco más lejos.

Este es el testimonio de Violeta una mujer de 40 años que acude a la consulta por problemas de ansiedad. “Ultimamente me falta el aire y noto una presión en el pecho, como una bola que se me pone y no me deja respirar. Por las noches sin que esté haciendo nada, a veces simplemente estoy sentada en el sofá viendo la tele, noto un hormigueo por todo el cuerpo y me pongo muy nerviosa. No sé qué me pasa. Estoy asustada porque esto nunca me había pasado, yo soy una persona muy fuerte que siempre ha podido con todo”. Violeta habla de sus síntomas tratando de buscar una solución como cuando acude a su médico de cabecera con los síntomas del resfriado. Es normal, lo que ella nota son sensaciones físicas desagradables y desconocidas hasta el momento. Como ser humano que es ha aprendido a hacerle caso a sus sensaciones físicas para evitar el peligro. En su mecanismo básico de supervivencia las señales físicas han constituido un indicador muy útil para enfrentarse al medio. Violeta no sabe que las señales que percibe en su cuerpo no son “malas” como los síntomas de una infección vírica, sino indicadores “avisos” que le ofrece su cuerpo sobre la forma en que afronta su vida.

Violeta se define a sí misma como una mujer fuerte, exigente y perfeccionista. Le gusta que las cosas estén bajo su control y salgan como estaban previstas. Se maneja mal en la incertidumbre y cuando no puede llevar a cabo los planes preconcebidos. Habla con orgullo de estas cualidades, considerando que son sus puntos fuertes, lo que ha hecho que consiga la mayor parte de las cosas importantes de su vida.

No recuerda, o quizá no relaciona aquellos momentos de su infancia cuando el miedo y la vergüenza la atenazaban y ella se hacia el propósito de ser una buena niña y portarse bien para que no le pasara nada. En este momento ella creía que si se portaba bien y su madre no se enfadaba con ella nada malo podía pasarle. A los siete años temía con frecuencia que sus padres murieran. Cuando lo imaginaba sentía verdadero terror pero no se lo decía a nadie porque le daba mucha vergüenza. Así que negociaba con ella misma o con el universo y acordaba estudiar, portarse bien, no dar problemas y seguir todo lo que le dijeran sus padres. En su mente de niña aquello parecía un plan infalible. Todo dependía de ella y estaba dispuesta a llevarlo a la practica.

Violeta se acostumbró a funcionar esforzándose y portándose bien. Las cosas parecían ir bien. Sacaba buenas notas, pasaba los cursos, escuchaba elogios de los adultos y se sentía cada vez más poderosa. Con el control en sus manos. De vez en cuando tenia accesos de llanto y sentía que no podía con todo. Tenia la sensación de ser un fraude, de que nadie conocía realmente como era y esto le suponía un nuevo temor “¿Y si los demás se daban cuenta de que realmente ella era alguien poco inteligente?” “¿Y si notaban que no era tan buena, porque se sentía culpable muchas veces y eso seguro que era porque no hacia las cosas bien?”… Lloraba amargamente, quería dejarlo todo pero al día siguiente se levantaba con el propósito de hacer las cosas mejor y poner todo de su parte para que nada fallara. Esfuerzo tras esfuerzo, realmente con 40 años, Violeta ha conseguido tener una profesión que le gusta y ser independiente…. Sólo que ahora tiene esas sensaciones de hormigueo y esa bola en el pecho que no la deja respirar.

Violeta aún no es consciente de que esas señales que su cuerpo le está dando son avisos de que algo no funciona. El camino del perfeccionismo que inició a los siete años está empezando a no darle resultados. Parece estar agotándose porque cada vez requiere de más exigencia y la vida no sabe de estrategias de control y de planes. La perfección como el castigo de Sísifo es una piedra que hay que subir una y otra vez hasta la cima de la montaña para ver como antes de llegar, la piedra vuelve a rodar hacia abajo teniendo que subirla de nuevo.

Esperar a ser perfecto para respetarse y quererse a uno mismo es un plan inviable porque la perfección no existe. La felicidad que el perfeccionismo promete no llega nunca porque siempre se puede encontrar una forma mejor de hacerlo, conseguir un poco más, llegar un poco más lejos.

Hay dos puertas para la comprensión, una dice Perfección y la otra Termino medio, la primera es muy bonita y seductora, tienta, produce el deseo de cruzarla, la otra parece monótona y aburrida, además de inaceptable, no da deseos de cruzarla. Pero al cruzar la puerta de la perfección se descubre un muro al otro lado y si se insiste en cruzarla es probable que como Violeta el pecho se nos encoja y nos cueste respirar. Al otro lado de la puerta del Termino Medio no hay un paraíso ni está la felicidad pero sí nos espera una vida cargada de sentido, una vida que merece la pena porque es la vida que hacemos siendo auténticos y respetuosos con nosotros mismos.

Situarse en el término medio significa aceptar que la vida está llena de pequeñas imperfecciones, de incertidumbre y que no siempre las cosas están bajo nuestro control, pero tenemos la opción de elegir y contribuir a crear una vida con significado para nosotros mismos.

Si nos adaptamos a la realidad de que las cosas no siempre salen como teníamos previstas o que la vida nos tiene reservados algunos sobresaltos que no elegiríamos por nosotros mismos, podemos centrarnos en lo que sí está en nuestra mano y disfrutar de lo que vamos construyendo.