Trastorno por déficit de atención (TDAH): ¿Mito o realidad?
Robert Whitaker periodista norteamericano recopiló una serie de estudios científicos para demostrar que los trastornos mentales no se deben a alteraciones químicas en el cerebro. Todo ello lo expuso en varios artículos y un par de libros que se consideraron una herejía en el momento de su publicación. En los últimos años van encontrando aceptación entre los profesionales de la psiquiatría y la psicologia. Whitaker cuestiona que (las empresas farmacéuticas) “Están creando mercado para sus fármacos y están creando pacientes. Así que, si se mira desde el punto de vista comercial, el suyo es un éxito extraordinario. Tenemos pastillas para la felicidad, para la ansiedad, para que tu hijo lo haga mejor en el colegio. El trastorno por déficit de atención e hiperactividad (TDAH) es una entelequia. Antes de los noventa no existía.”
Efectivamente la epidemia que ahora parece existir de niños con trastorno por déficit de atención e hiperactividad es algo reciente y que no afectaba a los niños antes de los años 90. En nuestro país también existen algunas voces discordantes y criticas como la del Catedrático de Psicopatología y Técnicas de intervención y Especialista en Psicologia Clínica Marino Pérez de la Universidad de Oviedo. Ha publicado un libro “Volviendo a la normalidad. La invención del TDAH y del trastorno bipolar infantil” en el que desmonta el supuesto trastorno por déficit de Atención al que considera una invención. Lo cierto es que no hay evidencia científica de ninguna causa biológica que esté detrás de este problema. “…No existe marcador biológico alguno para diagnosticar esta llamada enfermedad,…” (Pérez 2014) Si bien a través de las modernas técnicas de evaluación neurológica se han visto diferencias estructurales entre personas diagnosticadas de TDAH y otras que no tienen este diagnóstico, no puede establecerse que sean causa de este supuesto trastorno. Tampoco existe una entidad clínica, se utiliza el término trastorno para referirse a un conjunto de síntomas (como en el caso de las enfermedades) pero en realidad se trata de un conjunto de criterios conductuales. El diagnóstico actual de TDAH no está bien establecido porque se basa en reuniones de consenso patrocinadas por la industria farmacéutica en la que un grupo de “expertos” con múltiples intereses y elegidos por las entidades patrocinadoras establecen los criterios.
Ruiz, Luciano, Gil Gonzalez y Barbero en una revisión realizada sobre el tema “Trastorno por déficit de atención e hiperactividad” citan la revisión crítica de Timini et al., al diagnóstico y tratamiento generalizado para el TDAH, entendido como un trastorno neuropsiquiátrico debido, principalmente, a un problema de maduración cerebral que se fundamenta en déficits en inhibición conductual y atención sostenida, y que cuenta con las mayores tasas de heredabilidad encontradas para un trastorno psiquiátrico, dándose una mínima influencia del ambiente social. Se concibe como un problema crónico que debe ser tratado con psicofármacos en combinación con técnicas conductuales clásicas. Estos autores alertan de la falta de rigurosidad que supone no cuestionar abiertamente la eficacia a largo plazo de los psicofármacos en combinación con las técnicas conductuales, dado que no se dispone de evidencia científica y que no se tomen los datos procedentes de estudios genéticos y neuropsicológicos con las necesarias cautelas que implica la labor científica.
Otros autores Ayllon y Millan, 1996; Luciano y Gómez, 1998, han llamado la atención sobre los efectos perniciosos que puede tener extraer datos de la investigación neurológica y tomarlos como causas del TDAH, cuando por la naturaleza de los estudios (de tipo correlacional) no puede hacerse y en la práctica facilita un “etiquetado” contraproducente para los niños. Establecido el trastorno es fácil hacer atribuciones al mismo para explicar la mayor parte del comportamiento del niño (todo cae en el mismo cajón de la etiqueta “hiperactivo” “falta de atención”) lo que facilita una especie de profecía que tiende a cumplirse de forma que “no puedo hacer x porque soy hiperactivo o tengo déficit atencional,” “le pasa “x” porque es hiperactivo o tiene TDAH” “no puedo trabajar hoy porque no he tomado la medicación,” “si no toma la medicación no rinde adecuadamente en el colegio” “yo no soy responsable de la impulsividad o inatención, es mi cerebro que no funciona como el de los otros,” y otras muchas creencias que sostienen desde los propios niños, hasta los padres, maestros y la comunidad en general. Y como mencionan estos autores “los efectos se multiplican cuando las condiciones sociales en las que vivimos facilitan que en el ámbito educativo-psiquiátrico se suela diagnosticar a un niño con TDAH con excesiva laxitud.”
Recientemente se ha celebrado el I Congreso Español de Psicología Contextual en el que se desarrolló un Simposio “Hacia una lectura conceptual del denominado TDAH” participaron diferentes psicólogos con esta orientación que trabajan en los Servicios de Atención Infanto Juvenil y propusieron una visión diferente tanto del abordaje diagnóstico, como de la intervención. Desde la perspectiva del Modelo Contextual no se considera que el TDAH sea una enfermedad, no tanto por ideología o filosofía del modelo, como por la falta de evidencia científica. Además porque catalogarlo como enfermedad, trastorno o cualquiera de las etiquetas habituales que se utilizan supone una “patologizacion” de los niños a los que se les aplica. Hace un tiempo vino a la consulta un adolescente con diagnostico de TDAH desde los siete años y tratamiento farmacológico de larga evolución y me dijo “es que yo soy hiperactivo”. Como si eso explicara todas las dificultades que estaba teniendo con sus padres y todo lo que pudiera sucederle en la vida.
Desde el Modelo Contextual todo lo que se llama TDAH se entiende desde el aprendizaje. Las conductas de hiperactividad se aprenden en la interacción con el entorno. Se propone un entrenamiento en autorregulación haciendo hincapié en los procesos verbales implicados en el surgimiento de patrones de autocontrol eficaces. Los procesos verbales implicados en el autocontrol son la habilidad para seguir reglas (“Si tiras el juguete al suelo se va a romper y te vas a quedar sin él”). lo que caracteriza a los niños con TDAH, es que, a pesar de que comprenden las reglas, no son capaces de seguirlas.
Desde este modelo se pone el énfasis en la habilidad de ser consciente de los propios comportamientos y experiencias (sensaciones internas, emociones, pensamientos, etc )en el momento en los que tienen lugar y no responder de modo automático sino en función de lo que sea relevante.
Se ha demostrado la eficacia del entrenamiento a padres de niños con verdaderas conductas de hiperactividad en técnicas de modificación de conducta, así como los programas de entrenamiento al profesorado basados en los principios del análisis y la modificación de conducta, dado que en el fondo el llamado TDAH es un problema de autocontrol y precisa del entrenamiento de diferentes habilidades tanto por parte de los niños, como por parte de los adultos implicados en su formación y desarrollo. Sin embargo, no estamos en un momento histórico que facilite este tipo de modelo y sí resulta mucho más atractivo y fácil de asumir otro basado en el funcionamiento del cerebro, desórdenes neuroquimicos, causas genéticas, etc.
Un modelo contextual-conductual requiere de la implicación de los adultos, padres y la comunidad escolar, así como de los profesionales de la psicologia en el desarrollo de pautas y programas de aprendizaje que ayuden a los niños a regular su conducta. Un modelo basado en desórdenes cerebrales requiere el uso de fármacos que supuestamente van a curar sin necesidad de otro tipo de intervenciones. Los padres no disponen de mucho tiempo en el mundo actual, los profesores están sobrecargados en las aulas y la industria farmacéutica con la connivencia de algunos profesionales “hacen el agosto” e ingresan jugosos beneficios económicos.
Me parece importante poner de manifiesto y que los padres conozcan qué tipo de medicaciones se están utilizando para este problema y la poca evidencia a largo plazo que existe de los efectos en los niños. Las medicaciones que se están utilizando no curan, ni están corrigiendo ningún desequilibrio químico de base, dado que no existe tal desequilibrio. Siendo la actuación de estos fármacos (metilfenidato, anfetaminas, atomoxetina)) una clase de dopaje de los niños. El metilfenidato es un psicoestimulante y las anfetaminas hace tiempo que se prohibieron en nuestro país porque se considera una “droga dura” que causa grave daño para la salud. La mejoría que impresiona a padres y profesores al inicio de la medicación puede que no sea una mejoría sino una forma de “atontamiento” de los niños.Y a la largo plazo los psicoestimulantes no han mostrado eficacia en la mejora del rendimiento académico ni en la disminución de los “síntomas” del TDAH. “El uso de esta medicación suele producir mejoría a corto plazo en el “mal comportamiento” de niños que podríamos describir como “molestos” para padres o educadores, dado que los niños medicados para el TDAH obedecen y cumplen mejor con los requerimientos del maestro o profesor y alteran menos la clase, lo que se traduce en mejores valoraciones de síntomas de TDAH por padres y maestros (Langberg y Becker,2012 citados por M. Pérez (Pág 197) “Volviendo a la normalidad”). Sin embargo, este mejor comportamiento de los niños con TDAH medicados no se sostiene a largo plazo desde el punto de vista del rendimiento académico. Los efectos a largo plazo de la medicación utilizada para este problema no se conocen, lo cual resulta preocupante dado que algunos estudios han mostrado que estas medicaciones modifican la estructura cerebral (algunos niños están siendo medicados antes de los seis años cuando el cerebro está todavía en pleno desarrollo). Es conocido que drogas como la cocaina, las anfetaminas, metaanfetaminas, o el MDMA son dañinas para el cerebro humano. “En conclusión, resulta evidente que el uso de fármacos en personas diagnosticadas con TDAH sólo produce limitados efectos beneficiosos a corto plazo (si entendemos por beneficioso la disminución de la conducta identificada como “molesta” o problemática de los niños). Estos efectos de la medicación indicada para el TDAH no parecen ser duraderos, superando con claridad sus riesgos potenciales a sus beneficios. Además, el efecto a largo plazo de estos psicofármacos sobre el desarrollo cerebral y el comportamiento no se conocen bien, aunque investigaciones recientes sugieren alteraciones importantes en la estructura y función cerebral, similares a las que causan peligrosas drogas psicoestimulantes” (Marino P. 2014)
En una sociedad que vive sometida a la tiranía del reloj y adaptándose al uso de la tecnología que prolifera por doquier resulta más fácil el camino de las soluciones externas a uno mismo. La industria farmacéutica viene a ofrecer esas soluciones en forma de pastillas curativas con supuestos mínimos efectos secundarios. La realidad es que los seres humanos somos más complejos así como la propia vida y requerimos soluciones externas pero sobre todo que vengan de dentro de nosotros. Tomar la responsabilidad de nuestra propia vida en nuestras manos y ayudarnos a nosotros mismos y a nuestros hijos a vivir en un mundo complejo y lleno de contradicciones.