Crisis existencial: ¿Qué estoy haciendo con mi vida?
Por lo general (y quizá porque hemos visto demasiadas películas y series estadounidenses), asociamos las llamadas crisis de identidad con los cambios de década: al cumplir los 40, sobre todo; los 50, los 60… e incluso yo también diría que los 30 («¡Bienvenido oficialmente a la edad adulta!»).
También nos ocurre en plena adolescencia, esa fase intermedia en la que dejamos de ser niños y nos encontramos en tierra de nadie; cuando perdemos un trabajo o nos jubilamos; cuando nos diagnostican una enfermedad; cuando nos divorciamos o tenemos un hijo…
Como ves, estas crisis vitales van unidas a momentos trascendentales o de cambio, que producen ansiedad e incertidumbre ante el desconocimiento de hacia dónde van nuestras vidas.
Y es que, en esas situaciones, nos damos cuenta de que muchas de las cosas que queríamos hacer o conseguir probablemente no las logremos; de ahí que entremos en pánico y nos hagamos, por lo general, dos grandes preguntas: «¿Qué estoy haciendo con mi vida?» y «¿Esto es todo?». O algo así.
Las crisis existenciales, por tanto, están estrechamente ligadas al nivel de satisfacción con nuestra vida. La escritora Susan Sontag condensó, más o menos, la idea en la siguiente frase:
«El miedo a envejecer nace del reconocimiento de que uno no está viviendo la vida que desea. Es equivalente a la sensación de estar usando mal el presente».
Proceso de aceptación
El verdadero problema de estas crisis de identidad surge cuando nos enredamos demasiado en los sentimientos que suelen provocar: frustración, melancolía, desesperanza… A veces nos quedamos enganchados a estos sentimientos o pensamientos, empezamos a darles vueltas, la situación se alarga y, por tanto, empeora.
Ante esta circunstancia vital (que no trastorno ni desorden), podemos recibir ayuda profesional y, así, adquirir las herramientas necesarias para afrontarla: por un lado, necesitaremos un proceso de aceptación hasta asumir que muchas de esas cosas que queríamos (hacer o lograr) no las conseguiremos. Ouch. Por otro lado, el psicólogo o psicóloga nos guiará, nos señalará el camino o, al menos nos dará un pequeño empujón, para reconducir nuestra vida (porque muchas veces sabemos adónde queremos ir, adónde queremos llegar, pero no sabemos cómo; y, otras, ni siquiera sabemos qué queremos).
Así, debemos tratar de percibir estas crisis de identidad como una fase de descubrimiento que nos brinda un montón de nuevas oportunidades: nos ayudan a conocer nuevas maneras de actuar, de movernos por nuestra vida; de conocernos a nosotros mismos; de ver las cosas desde otra perspectiva; de, quizá, desarrollar nuevas habilidades; de plantearnos nuevos objetivos…
Por tanto, aprovecha estas crisis para ponerlas de tu parte, moverte mucho, hacer cosas y, sobre todo, echar el ancla en el presente.
Cintia Fernández Ruiz, autora del post
Imagen: Noah Buscher