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Consejos vendo y para mí no tengo

Ay, qué fácil es dar consejos a otros, ¿verdad? La mayoría de las veces sin que nos los pidan. Dame unos minutos y arreglaré todos tus problemas. Los míos ya si eso… otro día. En muchas ocasiones, además, hacemos exactamente lo contrario a lo que aconsejamos, porque, ya se sabe: vemos la paja en el ojo ajeno.

Y es que, a veces lees un libro, ves una serie, o incluso escuchas a alguien, y piensas: «¿Pero no ve que debería hacer esto y esto y esto otro?». Para ti parece fácil lo que debería hacer ese personaje o esa persona para avanzar, cambiar su vida, mejorar o solucionar un problema. Y, en cambio, esa otra persona está atascada y no lo ve tan claro.

A mí me ocurre eso. Necesito a un lector o espectador que me diga: «Mira, Cintia, deberías hacer esto, está clarísimo, ¿no lo ves?». Porque no, yo no lo veo.

Por ejemplo, leo libros, me informo, quiero saber más, y charlo de ello con mi familia o escribo estos artículos y parece que sigo a rajatabla las técnicas de las que hablo. Pero la verdad es que me cuesta, que yo soy la primera que tiene que llevar a la práctica todas esas cosas de las que hablo. Creo en ellas, si no, no escribiría sobre ellas, pero, como a ti, me cuesta. Mucho.

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«He buscado por cielo y por tierra. Pero no importa cuánto mire: no encuentro dónde pedí tu opinión».

 

Lo de dar consejos, a veces, es parecido a caminar por una cuerda floja: que lo mismo sale bien y llegas al otro lado (es decir, la otra persona acoge bien tu recomendación), pero también existe la posibilidad de que, a medio camino, caigas al vacío (o el receptor de tus perlas de sabiduría se enfada porque, mira, no había pedido tu opinión). 

A ver, con esto no quiero decir que debamos dejar de aconsejar a los demás. A veces nos piden consejo (o pedimos consejo) cuando esa otra persona no sabe qué hacer, hacia dónde tirar, y es bastante lógico recurrir a la experiencia de los demás o al punto de vista de otros que ven el problema desde otra perspectiva y distancia. 

Pero una de las claves es esa, que nos lo piden

Por eso, cuando nos creamos con el derecho o la necesidad de aconsejar a alguien, deberíamos tener en cuenta tres cosas:

1). ¿Te lo han pedido? ¿No? Entonces espera a que esa persona solicite tu ayuda, opinión, recomendación y, entonces sí, adelante. (Por supuesto, como casi todo en esta vida, siempre hay excepciones… y cada situación es diferente).

2). Lo que sirve para ti puede que no sirva para los demás: «Yo que tú…». Ya, pero es que tú no eres yo.

3). Dar tu opinión a otra persona no significa que esa otra persona tenga que seguirlo a rajatabla o incluso hacerlo. Hay mucha gente que se ofende si, tras darte un consejo, no lo sigues. Y, mira, gracias por la recomendación, pero después yo actúo como a mí me parece. Tomo lo que considero, de aquí y allá, y lo adapto a mis necesidades.

Así que, sí, aconsejar a los demás y tratar de ayudarlos está guay (¡por supuesto!), pero hay que tener en cuenta si esa otra persona quiere nuestra opinión, tirar mucho de empatía, no dar por hecho que lo mismo sirve para todo el mundo y no creerse con la verdad absoluta de las cosas.


Cintia Fernández Ruiz, autora del post
Imágenes: Loic Leray (cabecera) y Cat & Cat Comics (cómic)