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El mapa de las pequeñas cosas perfectas y la pandemia

La fatiga pandémica es un hecho: la mayoría de nosotros estamos mentalmente cansados, ¡agotados!, del miedo, la incertidumbre y las consecuencias provocadas por la (dichosa) pandemia.

Pero, tranqui, que no he venido a hablar de ella. O no del todo. Tampoco trato de negar la realidad ni de meter la cabeza bajo tierra como las avestruces. Solo de… proponer un respiro. Y un libro, una serie o, en el caso de esta entrada de blog, una película, a veces nos proporcionan ese descanso durante un par de horas.

Así que allá va mi recomendación: El mapa de las pequeñas cosas perfectas, estrenada hace casi un mes en Amazon Prime.

La película está basada en un relato corto de Lev Grossman, recogido en la antología Días de sol, noches de verano (si tienes curiosidad, en mi blog he hablado de ella). Y este es uno de esos pocos casos en que la adaptación brilla más que la historia original. Que, ojo, el relato está muy bien, pero la película aún mejor.

¿Y de qué va? El mapa de las pequeñas cosas perfectas cuenta la historia de Mark (Kyle Allen) y Margaret (Kathryn Newton), dos adolescentes atrapados en un bucle temporal. Cada mañana, cuando se levantan, vuelve a ser el mismo día. La diferencia entre los chavales es la perspectiva que cada uno toma para vivir en esta repetición constante. Juntos, se proponen encontrar todas las pequeñas cosas perfectas que mejoran ese día, y, también, una manera de salir del bucle.

Y no sé si a ti te pasa, pero, desde que hace ahora un año se declaró el estado de alarma, tengo la sensación de que me ocurre como a los protas de la peli: estoy atrapada en un bucle temporal, el mismo día se repite de manera interminable. 

Los protagonistas de la peli se proponen encontrar todas las pequeñas cosas perfectas que mejoran ese día

Los protagonistas de la peli se proponen encontrar todas las pequeñas cosas perfectas que mejoran ese día

 

Por eso es tan importante lo que hacen Mark y Margart. Bien pensado, es un poco de lo que hablábamos en el post de las listas de gratitud: buscar los detalles del día a día que merecen la pena, los que nos ayudan a «tirar del carro» y continuar, los que nos alegran la vida. Dejando a un lado que te pares a redactar esa lista, lo importante es que te fijes en ellas, que te pares a disfrutarlas, que te detengas unos segundos en ese momento exacto.

El mapa de las pequeñas cosas perfectas puede ayudarnos a recordar los detalles, instantes, palabras, gestos que a veces nos pasan desapercibidos pero que nos harán, al menos un poquito, más felices: desde nuestra canción favorita sonando en la radio, la amabilidad del panadero, el mensaje que recibimos de una amiga, hasta el paseo con el perro, el ratito al sol o la escena que nos estruja el corazón de nuestra peli preferida.

Hasta en los peores días trato de agarrarme a algún detalle. En mi caso, los cinco minutos que pude dedicar a leer, el trozo de chocolate que merendé o incluso el hecho de irme a la cama y que por fin acabe la jornada.

Aceptar y seguir adelante

Los actores protagonistas de El mapa de las pequeñas cosas perfectas, además de tener una gran química (y ser la mayor baza de la peli), transmiten una luminosidad presente en todo el metraje, gracias también a la fotografía, que consigue unas escenas coloridas y alegres, en línea con el tono optimista de la cinta.

Si has visto el tráiler de la peli o algún cartel promocional, te habrás dado cuenta de que la venden como una historia de amor adolescente, y sí, vale, es una historia de amor, pero para mí es de aceptación. De miedo a crecer. De superación y madurez. Y, claro, de bucles temporales. Pero, sobre todo, aceptación. Eso lo que más.

Porque, ¡ojo!, no todo son unicornios, purpurina y piruletas ni la idea es transmitir un positivismo tóxico. Una de las subtramas (necesaria para explicar el comportamiento de los personajes) es de corte dramático, y nos devuelve, de un plumazo, a la realidad. La realidad de las injusticias, la tristeza, las enfermedades, los conflictos, la desigualdad. Pero, como decía, se aborda desde una perspectiva optimista y trata de enviar un mensaje bastante chulo y necesario: la importancia de aceptar las cosas, afrontarlas, y seguir adelante.

Aceptar, afrontar, seguir. Y, por el camino, madurar.

 

Cintia Fernández, autora del post
Imagen: Abyan Athif