La culpabilidad por sentirnos mal
Hace unos días charlaba con una persona cercana a mí sobre la culpabilidad y la tristeza. A menudo, nos sentimos culpables por sentirnos mal cuando, en apariencia, «lo tenemos todo» o, al menos, ninguna razón «de peso» para quejarnos.
Pensamos: «No tengo ningún derecho a quejarme o sentirme de esta manera», «Es estúpido que me ponga así por esta tontería», «Debería estar feliz con la vida que tengo» o «Hay personas con problemas mayores que los míos» y, de un plumazo, desacreditamos nuestros propios sentimientos y aparece la culpa.
¿Pero quién marca el baremo? ¿Quién decide por lo que alguien puede estar triste o quejarse de ello? ¿Por esto sí, por esto también; por esto no, por esto tampoco? ¡Nadie!
Por supuesto que hay personas que tienen una situación peor que la nuestra, siempre las va a haber, pero quejarnos por nuestros problemas no significa que restemos importancia a los de otros o que no tengamos empatía.
Y es que, no solo lo pasamos mal por el motivo que sea, sino que, además, nos sentimos aún peor (culpables, egoístas, quejicas…) por ¡sentirnos así! Es decir, que acabamos sintiéndonos mal por nuestras emociones.
Y nuestras emociones son, por obvio o tonto que suene, nuestras. Es decir, que cada uno afronta las situaciones de manera diferente, según sus experiencias y el bagaje que lleve a la espalda. Ante una misma situación o problemática, dos personas pueden reaccionar y actuar de formas totalmente distintas.
Las emociones, además, son respuestas automáticas frente a un estímulo. Y estas respuestas, como decía, dependen de las experiencias y situaciones de cada uno, del aprendizaje a lo largo de la vida. Por tanto, son reacciones aprendidas (¡no decisiones!) que no elegimos ni controlamos, pero que sí podemos aprender a gestionar.
Este «sentirse mal por sentirse mal» es más habitual de lo que parece y a menudo nos vemos envueltos en ese círculo vicioso: nos sentimos mal por sentirnos mal y eso hace que nos sintamos aún peor. Nosotros solitos nos metemos en un bucle del que no sabemos cómo salir.
Por eso, debemos ser capaces de desahogarnos sin que eso aumente nuestro malestar, sentirnos con el derecho de poder quejarnos y expresar cómo nos sentimos.
También es importante que aceptemos nuestras emociones. Entenderlas y aceptarlas nos ayudará a gestionarlas mejor y a salir del bucle, círculo vicioso o pescadilla que se muerde la cola. No podemos elegir nuestras emociones, vale, pero sí podemos escoger qué hacer con ellas, cómo comportarnos y actuar en consecuencia.
Y, ojo, porque el positivismo tóxico tampoco ayuda. Es fácil escuchar mensajes como: «¡Mantente positivo!», «¡No estés triste!», «¡Todo es cuestión de actitud!», «¡Si lo deseas, lo conseguirás!», con los que podemos entender que si nos sentimos mal es porque nosotros queremos o porque lo estamos escogiendo. ¡Y no! Las emociones negativas son tan naturales como las positivas, y hay que saber gestionar ambos tipos.
Debemos recordar que nuestros sentimientos y emociones son tan válidos como los de los demás; que a veces necesitamos desahogarnos (¡con todo nuestro derecho!) y que, además, podemos escoger y aprender cómo comportarnos a raíz de esas emociones.
Cintia Fernández, autora del post
Imagen: Tingey Injury Law Firm (cabecera), Cintia Fernández (infografía)