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¿Qué es un problema?

Un problema es algo que tiene solución, de otra forma estamos hablando de una limitación. Hay un proverbio chino que dice “Si tus problemas tienen solución no te preocupes, y si no la tienen para qué te vas a preocupar”.

La limitación es una situación de la vida que nos ocurre, que puede ser molesta o desagradable, pero que no requiere que pensemos en soluciones porque no las hay, se trata más bien de pensar en formas de afrontarla o sobrellevarlo. Por ejemplo, hay limitaciones físicas como una cojera de nacimiento, una enfermedad genética; hay limitaciones emocionales como la tristeza y el dolor que acontecen con la muerte de un ser querido, por el hecho de ser humanos mortales y con necesidad de vincularnos.

No todos los problemas son iguales. Los hay que se resuelven al momento, por ejemplo cuando se pincha la rueda del coche puedo sentirme molesta y contrariada, pero sacaré las herramientas para cambiarla o llamaré al seguro para que se encarguen. Puedo resolverlo en el momento sin mayores complicaciones. Otros tienen que ver con la diferencia entre lo que uno espera y lo que ocurre en realidad y requiere que hagamos algunos ajustes. También surgen problemas cuando no tomo decisiones o no afronto una situación que depende de mí y cuando hago míos problemas que no lo son. Para resolver estos últimos he de hacerme dos preguntas: ¿De quién es? ¿Qué depende de mí?

Maite Rodrigo Vicente, trabajadora social que ha diseñado esta clasificación de los problemas expone este caso que suele ser frecuente en las familias que atiende y que ejemplifica una situación que no puedo resolver porque no depende de mí. “Juan llega borracho a casa y, como tiene “buen beber”, se mete a la cama a dormir la mona y al día siguiente no va a la fábrica. Su mujer, a la mañana siguiente, llama a la fábrica para decir que no va porque está enfermo, justificándole, por miedo, por el qué dirán…”

¿Qué sucede con los problemas que hago míos pero en realidad no lo son?

Estos problemas se parecen a “los paquetes” que pudiera traernos el cartero pero cuyo remitente no fuéramos nosotros. Si los cogemos los hacemos nuestros, pero al no ir dirigidos a nosotros poco podemos hacer con ellos. Si el cartero llama a tu puerta y te comunica que trae un paquete para ti lo más probable es que lo cojas. Sin embargo, al mirar la dirección si te das cuenta que no está escrito tu nombre, sino el del vecino, lo devolverías de inmediato y le dirías al cartero que hay un error. En la vida también conviene aprender a coger los paquetes que van a nuestro nombre y desechar los que no lo llevan. A veces es difícil averiguar si realmente son para nosotros. Por ejemplo, si un hijo no estudia y suspende la mayor parte de las asignaturas o repite el curso, la mayor parte de los padres van a considerar que tienen un problema, porque temerán por el futuro del hijo y se sentirán responsables, quizá por no haber hecho lo suficiente. es hasta probable que se sientan culpables. Ahora bien, para saber el grado de responsabilidad que tienen los padres en esta materia hay que ver en quien recaen las consecuencias últimas. Las consecuencias últimas de suspender el curso recaen en el hijo, en su propia vida. Claro que los padres se verán afectados porque le quieren y no les gustaría que le pasara nada malo, pero quien va a vivir mejor o peor en relación al fruto de sus estudios es el hijo.

Si trato de “resolver” un paquete que no es mío, lo convierto en un conflicto. Todo empeño en hacer ver a otro lo que yo veo, es un conflicto. Todo lo que quiero cambiar que no depende de mí, sino que necesito que el otro haga algo para que cambie, también supone un conflicto.

Un conflicto es algo que no tiene solución. Es una situación que no resuelvo o un problema que hago mío, pero no lo es. Si trato de resolver un problema que no es mío y no lo consigo, me culpabilizo y me culpabilizan.

Cuesta más soltar paquetes que cogerlos. Detrás de la actitud de abrir todos los paquetes está el control, el poder, el “yo soy imprescindible”. Cuando se toma el control de lo que le sucede al otro se está pendiente del otro y éste no hace lo que le corresponde o le va mal me siento culpable (porque previamente tomé el control) Cuando asumimos la responsabilidad del otro éste se relaja y te acabas sintiendo culpable.

Para saber si es un problema tuyo o no lo es pregúntate si tú tienes poder directo sobre él. Por ejemplo, si un hijo acostumbra a fumar fuera de casa, no hay nada que un padre pueda hacer directamente para evitarlo. No es buena táctica emprender acciones en un área que no se domina. Cuando tratamos de controlar cosas que no dependen de nosotros mismos porque no está en nuestra mano resolverlas conviene dar respuesta a la siguiente pregunta: ¿Qué depende de mí?