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Procrastinar: qué es y por qué lo hacemos

Empecemos por lo básico: según la Real Academia Española (RAE), procrastinar es «diferir, aplazar». Ampliando un poco esa definición, procrastinar es sinónimo de posponer un deber, retrasar o evitar una tarea o quitar tiempo a una obligación para destinarlo a otra actividad. ¿«No dejes para mañana lo que puedas hacer hoy»? La procrastinación hace del «dejar para mañana» un arte.

Pero la RAE, en su sencilla definición, en ningún momento habla de las causas que generan ese aplazamiento de deberes o tareas, no lo achaca a la pereza, holgazanería o vagancia; eso lo hemos asumido muchos de nosotros. Creemos que cuando alguien procrastina lo hace porque es un vago. Yo, hasta no hace mucho, también lo pensaba: «Si aplazo eso de sentarme y ponerme a escribir es por pereza». Hasta que me di cuenta de que… no. De que, una vez más, era por el dichoso miedo.

Sí, sí, miedo.

Miedo a no cumplir unas expectativas, a no conseguir lo esperado, a fallar, a equivocarte. Con frecuencia, procrastinar es una respuesta a un sentimiento de no creernos suficientemente buenos para la tarea. «Antes de hacerlo mal o que no salga como quiero, no lo hago». Esa soy yo. También están quienes procrastinan porque se sienten culpables por dedicar tiempo a esa actividad (sobre todo si es una afición) cuando hay otras obligaciones esperando a ser hechas. Esta también soy yo.

Ojo, habrá quien deje para el día siguiente alguna que otra tarea por la pereza o la vagancia mencionada, sí, pero, en muchos casos (la mayoría), es por miedo.

Y les suele ocurrir, sobre todo, a las personas perfeccionistas y autoexigentes. «Si no voy a lograr escribir la novela de mis sueños, tal cual la idea que tengo en la cabeza, ¿para qué molestarme? Mejor ni intentarlo». Y así con (casi) todo.

La procrastinación también es síntoma de algunos trastornos de salud mental, como la depresión, la ansiedad, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad o la baja autoestima, entre otros. 

Procrastinar puede ser la «salida fácil» para nuestro cerebro ante esa tarea que ve como una amenaza, la respuesta al miedo. Pero, tras el alivio por postergar la tarea y quitárnosla del medio de manera temporal, es probable que después nos sintamos mal y aumenten nuestra culpabilidad y ansiedad

La pescadilla que se muerde la cola. Porque tendemos a repetir.

Y es que nuestro cerebro entiende ese alivio momentáneo como la «recompensa» por procrastinar, y otra cosa quizá no, pero las recompensas las comprendemos bien, y queremos más. Así que volvemos a hacerlo. De ahí que la procrastinación se convierta, en muchos casos, en un (mal) hábito que no solo afecta a nuestra productividad sino a nuestra salud mental. Por descontado, es preferible tratarlo con un profesional que nos ayude a manejar nuestras emociones.

¿Te has dado cuenta? Procrastinamos para evitar miedo, inseguridad, rechazo, es decir, malos sentimientos, y, al final, nos sentimos mal por procrastinar. Ay, la ironía. Ay, la vida.

El caso es que, si eres de los que a veces aplaza alguna tarea (sin llegar a ese punto de hábito crónico), te estarás preguntando qué puedes hacer.

¿Cómo afronto una tarea que quiero posponer? Vamos a ello con cinco consejos:

1). Divide la Gran Tarea en pequeñas tareas manejables:

Voy a seguir con el ejemplo de la escritura pero, por descontado, puedes aplicarlo a cualquier actividad. 

Imagina que quiero presentar un relato a un concurso. Tengo clara la tarea que debo realizar, el objetivo: escribir el relato en cuestión. Pero es una idea tan grande, abstracta e intimidante, que, con mucha probabilidad, no la acabe haciendo.

La cosa cambia si la divido en tareas más pequeñas y manejables, menos intimidantes, casi a modo de desglose

  • Pensar personajes principales de la historia: nombres, descripciones físicas y psíquicas, cosas que les gustan y no les gustan, familias, relaciones…
  • Estructurar la historia: qué va a pasar en el inicio, el nudo y el desenlace.
  • Hacer un esquema de las escenas más significativas.
  • Probar diferentes comienzos hasta captar la voz del narrador.
  • Escribir 50 palabras.
  • Escribir 100 palabras.
  • Escribir 300 palabras.
  • Etc.

Realizar estas tareas día a día, o rato a rato, me dará el empujón en la espalda para seguir adelante. Poquito a poco, pequeña tarea a pequeña tarea.

2). Evita las distracciones:

Una de las mayores distracciones hoy en día es el móvil. Casi sin darnos cuenta, cogemos el teléfono una y otra vez para revisar las notificaciones. ¿Las redes sociales? Otra (y tremenda) distracción. Entras a Instagram con la intención de pasar un par de minutos revisando las últimas fotos de tus amigos y, cuando vuelves a mirar el reloj, ha pasado media hora. Ups. Tus hijos, cualquier otro familiar, un compañero de trabajo o incluso tu perro o tu gato son otras distracciones frecuentes.

Para ello, establece límites durante el periodo de tiempo que vas a realizar la tarea, es decir, apaga el teléfono en ese rato o incluso llévalo a otra habitación; instala extensiones para el navegador web que limitan el tiempo que pierdes en las redes sociales; habla con tus familiares para que no te molesten; intenta que alguien se encargue de los niños o incluso de la mascota… Trata de «dejar en blanco» ese rato de dedicación exclusiva para que solo puedas hacer eso, la tarea en cuestión.

3). Piensa en cómo acometer la tarea:

No significa que te obsesiones y te pases el día dándole vueltas a eso que tienes que hacer; tampoco, que te enredes en planear y no pases a la acción. Me refiero a que dediques algunos minutillos a pensar cómo hacer lo que tienes que hacer. Así, llegado el momento de ponerse manos a la obra, tendrás más claro por dónde empezar y no perderás tiempo.

4). Acude a la cita contigo mismo:

Ya has desglosado tu tarea en otras más pequeñas, sabes qué tienes que hacer porque lo has planeado y has establecido que, de lunes a viernes, de 18:30 a 20:30 (por ejemplo), vas a dedicarte a ello.

Lo tienes claro.

Pero, ¡ay!, todos tenemos días que cuestan más que otros, y la pereza o el miedo o las dos cosas se vuelven más pesadas, o nos arrastran, y se hace más difícil cumplir con nuestra tarea u obligación.

Aunque te veas sin ganas, simplemente aparece y acude a esa cita contigo mismo. Continuando con el ejemplo de la escritura, me sentaré ante el ordenador y, en un principio, no haré más que eso: aparecer en mi sesión de escritura. Después, quizá, pueda escribir un pequeño número de palabras, sin detenerme a analizar si están bien o mal, para dejarle claro a mi subconsciente que, ¡eh!, ¡no me he saltado la cita! 

No seas demasiado duro contigo mismo y permítete hacer las cosas mal. Ya revisarás en otro momento lo hecho ese día en el que te veías sin fuerzas, sobre todo mentales, para hacer más. 

5). Pide ayuda:

En este punto no me refiero a la ayuda psicológica que mencionaba más arriba, sino a la que te pueden brindar personas cercanas a ti, en tu día a día.

Y esa ayuda puede ir desde pedirle a tu pareja que, durante una hora por la tarde, no entre a la habitación donde vas a estar dibujando, que te ayude con una parte complicada de tu proyecto, o incluso solicitarle que te dé un toque de atención si te saltas una de esas sesiones.

Salta a la acción, echa a rodar esa tarea, empieza y sigue, sigue, sigue. Una de mis frases favoritas (y que, al mismo tiempo, me hace un poquito de daño por su verdad) dice algo así: «Eres lo que haces, no lo que dices que vas a hacer». Así que lucha contra esa procrastinación y… haz.

 

Cintia Fernández, autora del post
Imagen: Kinga Cichewicz