Mi hijo no me escucha
¿Y nosotros escuchamos a los niños? Escucha para que te escuchen.
Muchos padres y madres se quejan de que sus hijos no les escuchan, que no les hacen caso, que, en definitiva, no hacen lo que ellos quieren o mandan.
Es curioso constatar que esa dinámica se repite, una y otra vez, a lo largo de los años de crianza de los hijos hasta llegada la adolescencia.
¡Ay la adolescencia! Que etapa tan complicada, decimos todos. Pero, ¿serán realmente complicados los adolescente? ¿Será la adolescencia una etapa especialmente problemática?
Si hacemos un barrido cultural, veremos que en algunas culturas los niños pasan a ser hombres y las niñas se convierten en mujeres sin pasar por la adolescencia. Son marcos culturales que, para nosotros occidentales, no tienen mucho sentido, ya que nuestra historia socio-cultural nos ha hecho creer que la adolescencia es un “momento bomba” para muchas familias.
Es cierto que los adolescentes experimentan cambios físicos que les hacen sentir un extraño en su propio cuerpo. No se reconocen durante un tiempo debido a esos galopantes cambios visibles o, a veces, no tan visiblemente.
Sin embargo, los cambios psicológicos, sobre todo los relacionados con las emociones y sentimientos, son lo más difíciles de entender. Dichos cambios van a ejercer una influencia imperiosa en su forma de relacionarse con sus diferentes entorno: familia, amigos, sexo opuesto, sociedad… Pero, ¿cómo hacerse entender si uno mismo, en esta etapa, no se puede entender?
Como padres, madres y educadores que somos, podemos echarles un cable. La clave está en la escucha. ¡Sí! Escuchar con curiosidad.
Por más que creamos que, por ser adultos y padres o madres, entendemos que se pasa en la cabeza de nuestros hijos (adolescentes o no), eso no es cierto. Cada persona es un mundo y cada etapa de nuestro ciclo vital es particular. Y si lo sumamos a los cambios socio-culturales que atravesamos a lo largo de la historia de la humanidad, habría que escribir un nuevo capítulo sobre la adolescencia…
Cuando te preguntes por qué tus hijos adolescentes no te escuchan, haz una pausa y devuélvete la misma pregunta: ¿yo escucho a mis hijos?
Escuchar es mucho más difícil de lo que parece. Mientras “escuchamos”, los problemas siguen interponiéndose: tomamos todo lo que oímos de manera personal, queremos defendernos, posicionarnos, explicarnos, corregir, contar una mejor versión o incluso sermonear.
Para completar la lista, podemos ver que muchos padres y madres intentan a toda costa y en todo momento “rescatar” a sus hijos, tratando de decirles (o imponerles) como deben hacer las cosas de forma “correcta”, sin dejar que ellos entiendan lo que está pasando y traten de encontrar una solución por sí mismos, poniendo en valor sus percepciones y sentimientos – ambos invalorables: las percepciones y los sentimientos no son discutibles, simplemente son.
Si por un momento nos ponemos en su lugar, nos daremos cuenta de lo incómodo y agotador que debe ser que alguien esté discutiendo lo que siento y pienso, en lugar de dialogar, desahogarse, compartir, pedir auxilio…
En su libro Disciplina Positiva para adolescentes, Jane Nelsen y Lynn Lott invitaron algunos adolescentes para crear una lista de consejos que darían a sus padres para que se comunicaran mejor con ellos. Así ha resultado…
Nada de discursos
Sean breves y dulces
Discutan todo con honestidad
Sean transigentes
No nos hagan callar
No hablen repetitivamente
Escúchenos, no hable
Si tenemos las agallas para decirles lo que hemos hecho mal, no se enojen ni reaccionen con violencia
No nos fisgoneen o subestimen
No nos griten desde la habitación y esperen que vayamos corriendo
No traten de hacernos sentir culpables diciendo cosas como ¡lo hice yo porque tú no tuviste tiempo”
No hagan promesas que no puedan cumplir
No nos comparen con nuestros hermanos o amigos
No hablen de nosotros con nuestros amigos
¿Curioso, no? Seguro nos vemos reflejados en muchos de los puntos de esta lista. Entonces, ¿Qué podemos hacer para que la comunicación con nuestros hijos sea más fluida y efectiva?
Lo primero que tenemos que tener claro es que, para que escuchen ellos, debemos escuchar nosotros, dando el ejemplo y dejándoles que experimenten los beneficios de una escucha sincera.
En este sentido, guardar silencio, cuando se está escuchando, es imprescindible. Pero hablamos de un silencio atento, interesado, con un lenguaje corporal y emocional que refleje que les escuchas de verdad y con interés, demostrando empatía.
Si aprendemos a escuchar, sin interrupciones para defendernos, corregirles o sermonearles, nos daremos cuenta de que su visión de la realidad no siempre coincide con la nuestra y eso es enriquecedor, ya que hay tantas realidades como personas en el mundo y nuestros hijos no están obligados a entender las cosas a nuestra manera.
Una vez que nos damos cuenta de eso, entra en juego una habilidad clave para una escucha eficiente: la curiosidad.
Seamos curiosos para tratar de entender el punto de vista de nuestros hijos. Preguntemos para obtener más información sobre cómo se siente, qué cosas son realmente importantes para ellos, qué es lo que realmente les molesta…
Debemos adentrarnos en su mundo y comprender que hay en el fondo, puesto que normalmente reaccionamos ante la primera información, la información más superficial, y no exploramos y descubrimos el asunto clave a tratar.
Nuestros hijos también son profundos, complejos, cambiantes… Así como nosotros.
Mariana Lima
Comunicóloga y psicoterapeuta