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Aceptación

Cuando luchar no es la solución el camino es la aceptación

María acude a la consulta “obsesionada” con una compañera de trabajo con la que tuvo un encontronazo y hace tiempo que no se habla. Siente ganas de ahogarla cada vez que está cerca y sobre todo cuando inevitablemente por cuestión del servicio comparten el mismo espacio. No puede soportar su tono de voz, sus gestos o escucharla hablar con otras compañeras. Busca infructuosamente la manera de “pasar de ella” y evitarla.

María está luchando.

Jaime acude a la consulta después de la enésima ocasión en la que ha bebido más de la cuenta y ha gastado mucho dinero prolongando la fiesta horas e incluso un día después de lo que tenia pensado. Algunas veces en función del contexto y el momento en que se encuentra sale a tomar algo y se deja llevar por una sensación de euforia y libertad. Por un momento se siente tremendamente bien y quiere prolongar esa sensación viviendo al margen de responsabilidades y compromisos. Se concede un tiempo de desenfreno durante el que experimenta el placer de ser un adolescente sin responsabilidades. Luego se siente mal y se arrepiente. Se promete no volver a salir y controla su forma de beber por uno o dos meses hasta que una noche no sabe como pero vuelve a caer.

Jaime está luchando.

Luisa se siente traicionada y realmente lo ha sido por su pareja con la que ha mantenido una relación de varios años. Hace unas semanas ha encontrado pruebas muy claras de la relación que su pareja mantenía con otra persona. Desde entonces Luisa nota que en algunos momentos del día le falta el aire, como si tuviera un puño en el pecho que la oprime, siente mucha angustia y tiene pensamientos oscuros y dramáticos sobre sí misma y su vida. Ella quiere salir cuanto antes de esta situación, dejar de sentirse triste, de llorar, volver a sentirse fuerte y capaz de llevar adelante su vida. Tiene miedo de caer en una depresión y se siente mal por su familia a la que no quiere hacer sufrir con esta situación. Quiere alguna pauta para distraerse, algo con lo que se sienta bien y pueda olvidar cuanto antes. Quiere dejar de tener esos pensamientos tan negativos y olvidar a su ex-pareja cuanto antes. Piensa que tomar un antidepresivo podría ayudarla a sentirse mejor y continuar con su vida lo antes posible.

Luisa está luchando.

Pepa se queja de sufrir un nivel de ansiedad muy alto, sobre todo al atardecer y ha tenido varias crisis por las que ha terminado en el servicio de urgencias del hospital. Tiene problemas en su relación de pareja. Para evitar conflictos y que sus hijos vean un mal ambiente en casa suele inhibirse y ceder ante las proposiciones de su pareja. Es algo que ha hecho desde siempre pero últimamente ya no puede soportarlo como antes. Protesta y trata de explicarle a su marido que las cosas no pueden ser así pero la mayor parte de las veces éste termina saliéndose con la suya y Pepa frustrada y angustiada con la situación. Lleva tomando ansiolíticos y antidepresivos desde hace tanto tiempo que ya ni recuerda cuando fue el comienzo. Siente que no puede dejarlos, que no puede vivir en el situación que tiene, que no puede irse pero tampoco puede vivir con esa angustia en la boca del estomago o a la altura del pecho, siente mucho miedo sobre todo por las tardes a que le de algo y volverse loca o tener un ataque al corazón.

Pepa está luchando.

Luis “vive sin vivir en él” desde que ha conocido una chica que le gusta mucho y con la que quiere pasar el resto de su vida. de momento se conforma con pasar la mayor parte del tiempo con ella y quedar todo lo que su trabajo y el de la chica se lo permite. Sabe que es la persona adecuada para él porque nota que se ahoga cuando está cerca de ella, se le encoge el estómago y su cuerpo siente cosas que no había sentido antes. No puede dejar de pensar en ella.

Luis está “secuestrado” por la química del enamoramiento.

Margari lleva un año saliendo con un chico con el que ha tenido frecuentes discusiones casi desde el inicio de la relación. Se han dejado y han vuelto varias veces y en los últimos tiempos eso sucedía cada vez que tenían una disputa. Ella le pedía que se fuera y él juraba no volver. Al cabo de unas horas o al día siguiente él le escribía mensajes y ella se los contestaba. Ambos se prometían cambiar y llevarse mejor en adelante. Sin duda el inmenso amor compartido podía hacerles superar todo tipo de desavenencia u obstáculo. Hasta la última discusión en la que ella presa del enfado y la frustración le dio un manotazo. Cuando recuerda el momento no se puede creer que llegara a ese punto, ella no cree que sea una persona maltratadora, jamás le había puesto la mano encima a alguien y cree que de estar en su juicio tampoco lo hubiera hecho en esa ocasión. No quiere repetirlo y acude buscando ayuda. Lleva días sin relación con él aunque se comunican por mensaje y han hablado algunas veces por teléfono. Se siente morir. Le gustaría que la relación funcionara porque “nos queremos” y está dispuesta a hacer lo que sea para no volver a repetir el episodio. Se siente culpable y avergonzada, nerviosa y agobiada, como en un “callejón sin salida”. Quiere sentirse mejor para hacer las cosas de otra forma y luchar por esta relación. Margari está en lucha.

¿Cuál es la lucha de estas personas?

Luchan contra sus sensaciones y los pensamientos que les da su mente en cada una de las situaciones. Toman tanto los pensamientos, como las emociones y sentimientos que experimentan en las diferentes tormentas que están viviendo, como un enemigo a combatir al que es mejor hacer desaparecer cuanto antes. Embaucados por sus mentes “viven” realidades paralelas de dramatismo, obsesión, idealismo, que les hacen sufrir y con las que inevitablemente tienen que luchar para “no morir en el intento”.
Desde fuera es más fácil ver cual es su “realidad real” cotidiana y cual es el “mundo paralelo” de la mente en el que se atrapan.

La necesidad que nuestros antepasados tuvieron de adaptarse a un medio hostil, de escasez de comida, frío y lucha por la supervivencia dio lugar a un mecanismo de aprendizaje muy potente que es el aprendizaje basado en la recompensa. Gracias a este aprendizaje nuestros antepasados podían saber cuál era la mejor comida, dónde encontrarla y así preservar la vida.

El problema es que nuestra mente como eficaz “máquina de solucionar problemas” que es, rápidamente derivó que el mismo mecanismo por el que se podía conseguir comida y saciar el hambre, también podía servir para saciar otras necesidades, como la de sentirse bien cuando tenemos tristeza o angustia. Así que los humanos probamos a comer algo rico cuando nos sentimos mal y por un momento nos sentimos mejor. Este alivio inmediato refuerza la conducta de comer y nos lleva a creer que podemos manejar nuestros pensamientos y emociones de la misma forma que si tuviéramos un interruptor que pudiéramos accionar a voluntad. Así empezó la lucha y continuamos luchando tratando de aliviar las emociones y pensamientos que nos desagradan y generan malestar.

¿Qué problemas surgen de la lucha?

Dado que los pensamientos y emociones son reacciones automáticas de nuestro sistema nervioso y nuestra mente en contacto con el medio tienen una misión de ayudarnos como mecanismo de supervivencia. No podemos prescindir de ellos sino que por el contrario los necesitamos para tomar decisiones, resolver problemas, afrontar dificultades y retos, etc.
La realidad “real” es una y la realidad “mental” es otra. Sin embargo en muchas ocasiones los humanos no podemos distinguirlo porque la mente funciona de manera automática, está dentro de nosotros y estamos demasiado acostumbrados a escucharla, resulta muy creíble dado que en muchos momentos de peligro vital es importante que le hagamos caso y apenas recibimos educación en la línea que decía Ramón y Cajal de que “podemos ser los arquitectos de nuestra mente”. El entrenamiento en mindfulness puede ayudarnos a este propósito pero cuesta un esfuerzo incorporarlo a la vida cotidiana.
La lucha convierte a los pensamientos y emociones desagradables en doblemente desagradables, de forma que la sensación de ahogo o de angustia que experimentamos en un momento dado o el pensamiento catastrofista que aparece en nuestra mente multiplican su intensidad y duración convirtiéndose en algo “insoportable”. Cuanto más luchamos con ellos más los sentimos y cuanto más los sentimos más luchamos con ellos lo que además nos impide centrarnos en las cosas que verdaderamente nos importan de nuestra vida.
La realidad que vivimos en el presente casi nunca se parece a la realidad que vivimos en la mente. Pero nos resulta más creíble la de la mente y solemos vivir más en la mente que en la realidad. Como W. Churchill cuando afirmaba que pasó más de la mitad de su vida preocupándose por cosas que jamás sucedieron. Y Lennon que se dio cuenta de que la vida es eso que sucede mientras estamos haciendo planes.

¿Cuál es la alternativa a la lucha?

Lo que puede ayudar a estas personas que mantienen esta lucha sin cuartel con su experiencia interna es la aceptación sin reservas de sus pensamientos, emociones y sentimientos. Ahora bien es imposible aceptarlos si uno los está viviendo como si estuviera en el centro de la tormenta. No es lo mismo estar en la orilla de la playa recibiendo el empuje de las olas y siendo derrivado por ellas que verlas desde el paseo marítimo.
Al aceptar las sensaciones desagradables, y también las agradables que experimentamos durante el enamoramiento o las que son fruto de la pasión amorosa, necesitamos saber que:

  • Las sensaciones no son la realidad y básicamente están ahí para informarnos de que estamos viviendo una experiencia determinada. Los pensamientos no son dictados que tenemos que seguir de forma inevitable, sino ideas, hipótesis, posibilidades que nos plantea la mente como una forma de ayudarnos a solucionar problemas.
  • No somos esclavos de los pensamientos y sensaciones podemos elegir. Podemos parar y estar sin hacer. Mirar las olas desde el paseo marítimo. Mirar los pensamientos y sensaciones como testigos, con curiosidad. Podemos adoptar la postura del científico o el explorador curioso que se encuentra con un fenómeno desconocido pero interesante. Podemos llevar la atención a esa sensación de la boca del estómago o del pecho y observar la forma que tiene, el tamaño, el peso como un objeto interesante a descubrir.

Ser curiosos sobre lo que ocurre en nuestra experiencia interna presente