Disciplina positiva: firmeza y amabilidad
Muchas veces, cuando estamos charlando con padres y madres, nos interrogan y nos preguntan si la disciplina positiva no es sinónimo de permisividad.
A eso les respondemos: “para nada”
Educar con firmeza no es lo mismo que educar con base al castigo, el autoritarismo o la falta de libertad de expresión en el seno familiar.
Educar con firmeza significa ser constante y coherente.
Constante porque la educación de nuestros hijos e hijas exige atención diaria y (así como cuando te propones a hacer una actividad física) es importante que nos mantengamos atentos, firmes y perseverantes en nuestras decisiones. Que los resultados son buenos, seguimos adelante siempre atentos a los cambios en el entorno y a las necesidades de las personas. Que lo que hemos decidido no resulta, buscaremos nuevas soluciones, las pondremos en marcha y, tras un periodo de tentativa y análisis, (re)decidimos si seguir en ese camino u, otra vez, cambiar de ruta.
Coherente con nuestras decisiones: “lo que digo y hago tiene que estar en consonancia”.
Los niños necesitan un padre y una madre como figuras de referencia para su adaptación social. Padres permisivos enseñan a sus hijos que el mundo gira a su alrededor, que no hay límites (y ahí entran en juego valores como el respeto, la cooperación, el altruismo, etc.), que no hace falta esforzarse para lograr objetivos, que, hagas lo qué hagas y cómo lo hagas, todo saldrá según su capricho. Sin embargo, esos niños cuando “salen a la calle” se percatan de que la vida real no se acerca a la realidad que han vivido en sus casas.
Padres demasiado autoritarios y limitantes enseñan a sus hijos que lo que piensan, desean, opinan, hacen, etc., no tiene tanto valor como lo que determinan las figuras de autoridad que les rodean: padres, docentes, personas mayores, etc. Ese estilo educativo suele limitar las habilidades sociales y creativas, y la espontaneidad inherente a los más pequeños (esencial como parte del desarrollo de cada individuo). O sea, generan niños y niñas retraídos.
O todo lo contrario… La autoridad excesiva (y vale resaltar que la autoridad en su justa medida y en su debido momento puede ser una buena estrategia educativa) también puede producir rebeldía en los más jóvenes que desean probar los límites de los demás y el alcance de sus acciones. La rebeldía viene dada de la mano de la lucha de poder entre padres e hijos, situación que genera tensión, incomodidad, limitación de habilidades comunicativas, de negociación, etc., provocando autentico malestar entre los miembros del grupo familiar y la pérdida de perspectiva y olvido de los objetivos de educación.
Coherente con nuestra pareja y con los demás educadores de nuestros hijos. La estrategia del “poli bueno, poli malo” es muy peligrosa y costosa. Si compartimos valores y objetivos para la educación de nuestros hijos, estaremos (de forma natural y fluida) en consonancia con los demás educadores (que no son pocos: profesores, abuelos, tíos, otros niños, medios de comunicación, etc.).
Educar con amabilidad no significa ser complaciente. Significa educar con empatía, con responsabilidad, con reciprocidad, con humildad, con respeto y, por supuesto, con cariño (que no siempre mimos), con amor, respetando la diversidad de opiniones, de formas de ser, de expresar y de entender la vida.
Somos fruto de nuestra biología (ahí entran aquellos rasgos casi “inmutables” de nuestra personalidad), experiencia (aprender de forma individual, natural y espontanea de nuestros errores) y de la educación que nos brindan nuestros padres, maestros, abuelos, amigos, etc. Así que, y de forma alentadora, decimos a los padres y madres: tu contribución es importante, clave para el desarrollo personal, social, cognitivo, físico y psíquico de tu hijo/a, pero no es el único factor que contribuye para su formación como individuo.