El caso de J. supone un ejemplo de como las personas podemos realizar cambios difíciles en nuestra vida en el momento que nos comprometemos con lo que nos importa.
Después de años de evasión y huida consumiendo sustancias, comiendo compulsivamente o utilizando las relaciones sexuales como válvula de escape, eligió un camino diferente para poder desarrollar lo que siempre había sido su sueño, la música.
Al conectar con la experiencia de que “me podía morir por los problemas de salud que estaba teniendo y entonces el proyecto que siempre había tenido de la música se quedaría sin realizar. Nadie podría realizarlo si yo no lo hacía” se encaminó con firmeza por el camino de sus valores, aún cuando resultara muy duro prescindir de las sustancias que le proporcionaban placer y tranquilidad inmediata.
J. ya había hecho el cambio cuando llegó a la consulta, en realidad sólo tuvimos que centrarnos en unas pocas sesiones en la forma de mantenerse en ese camino y los posibles obstáculos que podrían aparecer con riesgo de desviarle. Sobre todo se trataba de que tuviera previsto qué hacer cuando eso sucediera.
Es también un ejemplo de lo absurdo que resulta ponerle a las personas etiquetas como “adicto” o “toxicómano”, o ponérnoslas a nosotros mismos, dado que la etiqueta sólo refleja una valoración global de lo que la persona está haciendo en un momento determinado y que puede variar cuando encuentra la conexión con lo que le importa y se dedica a conseguirlo.
Durante mucho tiempo estuve sumergido en varias adicciones. Todo empezó como algo recreativo, algún fin de semana, en alguna reunión con amigos, etc. Como veía que me lo pasaba bien y el efecto que me provocaba era placentero fui, poco a poco, acudiendo más a menudo a esas sustancias, aumentando la frecuencia y la dosis cada vez más. Primero fueron los fines de semana, después alguna que otra noche, posteriormente todas las noches y por último todos los días, hasta llegar a estar prácticamente colocado todos los días y algunas ocasiones durante prácticamente todo el día.
Durante ese tiempo siempre me justificaba ante mi mismo y ante los demás con todo tipo de excusas, decía que me gustaba como me hacía sentir, que así estaba más relajado, que me ayudaba a concentrarme y mil y un razones más. Siempre pensaba que lo tenía controlado, que no lo necesitaba y que simplemente era algo que me gustaba hacer y punto.
Cuando la gente de mi entorno me decía que estaba abusando de ello me justificaba primero y si insistían me molestaba y me enfadaba con ellos.
El problema era que se convirtió en una costumbre y poco a poco me fui acostumbrando a estar en ese estado, legando casi a convertirse en mi estado “normal”. Pasaba los días de puntillas, cumpliendo con las cosas que tenía que hacer como un trámite, esperando que llegara el momento en que pudiera colocarme de nuevo y encontrarme otra vez en ese estado.
Como dije antes pensaba que podía parar en cualquier momento y que no lo necesitaba, sin embargo la verdad era que nunca lo hacía. Cada vez consumía más y cuando veía que me iba a quedar sin ello me ponía nervioso e intentaba de cualquier forma conseguir “nuevas existencias” para sentirme seguro de que tenía mi dosis asegurada.
Lo peor de todo es que todo este tiempo, dinero y energía que estaba gastando se lo estaba quitando a otras cosas y personas, cosas y personas que eran y son lo que realmente quería y valoraba en la vida y que había ido dejando de lado por querer estar todo el tiempo sumido en mi adicción. Tenía muchos proyectos en la cabeza, ideas y cosas que quería hacer y poner en marcha pero que día tras día, mes tras mes y así sucesivamente iban permaneciendo en mi lista de pendientes, y nunca salían de ahí. Todo esto me trajo, además, problemas de salud, en el trabajo, con personas de mi entorno, etc. Y sin embargo, a pesar de verlo, no hacía nada al respecto.
Internamente sabía que no estaba haciéndolo bien. Cuando “hablaba” conmigo mismo siempre sabía todo esto y que estaba mal y pensaba que algún día lo dejaría, pero los días pasaban, uno tras otro igual, y no hacía nada. Muchas veces me sentía culpable, me sentía ansioso y la única forma de quitarme esos sentimientos era consumiendo más. Esto solo conseguía empeorar más las cosas. Estaba inmerso en un círculo vicioso.
No fue hasta que mis problemas de salud se complicaron y me di cuenta de que me estaba matando poco a poco y que esas adicciones podían acabar conmigo del todo que decidí reflexionar al respecto. Me asusté y me di cuenta de que si seguía por ese camino acabaría con mi vida y que nunca podría llevar a cabo todas esas ideas y proyectos que llevaba tanto tiempo planeando. Decidí ser sincero conmigo mismo y a tomar una perspectiva externa de mi vida y de lo que estaba haciendo. Analizando las cosas como si fuera otra persona que miraba desde fuera las conclusiones no fueron positivas. Esa persona no era yo. Iba en contra de todo lo que había aprendido, creído y predicado toda mi vida. Decidí que no quería ser esa persona, que no me gustaba y que quería volver a ser yo mismo, la persona que una vez fui y que siempre he querido ser y me puse manos a la obra.
Decidí parar, dejar eso de lado y empezar a cuidarme. Empecé a ser coherente, a actuar conforme a mis ideas y mis principios y no en contra de ellos, como llevaba tiempo haciendo. Empecé a actuar y a poner de mi parte para mejorar en todos los aspectos de mi vida. Empecé a enfrentarme a los sentimientos que llevaba guardados y de los que había querido huir durante todo este tiempo. Me enfrenté a ellos y decidí resolverlos con actitudes y sentimientos positivos, en lugar de disfrazarlos y enterrarlos con costumbres y actitudes negativas, como venía haciendo.
Una vez que empecé a actuar así me fui dando cuenta de que las cosas me empezaron a ir mejor en todos los aspectos y que había perdido mucho tiempo quejándome, lamentándome y sintiendo lástima de mi mismo, haciéndome el mártir, cuando en realidad era yo mismo el que me estaba machacando y hundiendo en ese pozo sin fondo.
No ha sido fácil. Llevaba mucho tiempo así, pero me he dado cuenta de que las cosas irán de una u otra forma en gran medida dependiendo de mis actos y mis actitudes. Se que tengo unas metas, unos objetivos y que está en mis manos alcanzarlos y luchar por ellos. Que no puedo dejarlos y quedarme esperando que las cosas pasen solas. Sabiendo eso y teniéndolo solo tengo que ser coherente con estas ideas para seguir el camino que lleva hacia donde quiero ir.
Hoy me siento más vivo que nunca, con más energía y siento que tengo la fuerza y capacidad para conseguir ser y hacer lo que me proponga o al menos intentarlo, y mientras lo hago ir por el camino que me gusta, por un camino que me aporte las cosas de las que disfruto y que me hacen feliz, que hacen que realmente viva y no que este dormido, sumido en un sueño o una pesadilla en la que no tengo control de nada.