Lo único que no es real de este caso es el nombre. El resto de la historia es una regalo que una paciente me hizo al finalizar su terapia y con el fin de ayudar a otras personas que puedan estar viviendo una situación similar.
En la Terapia de Aceptación y Compromiso se enseña a las personas a llevar sus “cicatrices” eligiendo ellas mismas la dirección de su vida. Interesan las estrategias eficaces mucho más que los diagnósticos.
Hace tiempo que me pidieron que escribiera mi historia. Un modo de apoyar a mucha gente que eso vive con un esquizofrénico. ¡Cielos! Me emociono cuando escribo esta palabra: ESQUIZOFRENIA. Para mi es reflejo de dolor, impotencia y angustia.
Mi historia empieza hace 15 años, en febrero de 1998. Yo acababa de terminar una carrera universitaria: medicina. No fue un comienzo brusco. Todo lo contrario. Fue progresivo.Comencé con ideas raras de persecución. Oía voces tanto internas como externas. Es decir, dentro de mi cabeza y en la calle, porque todo lo que oía lo hacia mio. Continuamente lloraba porque yo todo esto lo vivía con gran sufrimiento. Para mi todo era real. ¡Me estaba pasando!. Sí, recuerdo esta etapa con gran sufrimiento y angustia. Me aísle de mi familia, amistades… No salía de casa porque oía un montón de cosas sobre mi que me hacían sufrir.
En abril de ese año tuve mi primera consulta con el psiquiatra. En seguida vio lo que me pasaba: un brote psicótico. Y me puso tratamiento. Respondí muy bien. Para finales de verano yo ya hacia una vida más o menos normal. Yo tenia conocimiento de medicina y sabia lo que era mi enfermedad. Pero no me ayudo a sentirme mejor. Un 30% hacían vida normal, un 30% no y otro 30% tenían mal pronostico. ¿Dónde estaba yo? Cuando aquello no lo sabia. ¡Qué miedo he tenido todos estos años! Pero no voy a adelantar acontecimientos.
Sigo con mi historia.. Estuve 2 años con tratamiento y haciendo vida normal. Bueno, casi normal. La medicación tiene efectos secundarios: subes de peso por lo que tuve que cambiar toda mi ropa, me costaba estudiar porque no me concentraba como antes… Pero yo seguía insistiendo en hacer una vida similar a la que tenia, por lo que me esforzaba en poder tener la vida de antes. De las esquizofrénicas yo iba a ser la mejor. Eso requería mucho esfuerzo, en serio.
En abril de 2000 decidieron quitarme la medicación. Mi diagnóstico fue espisodio psicótico breve de buen pronóstico por componente afectivo. Yo no tenia ni idea de que era eso. En esa época de mi vida hice un proceso de negación: no quería saberlo. Ni por curiosidad. ¡Ya estaba curada! Pero en septiembre de ese año recaí. Y esta vez fue peor. Otra vez comencé a llorar a todas horas, volvieron los pensamientos, las ideas de referencia hacia mi… todo de nuevo. Y hubo algo más. Ya no solo había signos positivos de la enfermedad, los tuve también negativos: mi pensamiento se empobreció, no era capaz de comer (mi madre masticaba enfrente mio para que yo la imitara y comiera), y, sobre todo, mi idea delirante primaria, esa creencia errónea de persecución que tenia, pobremente estructurada (salió del aire) e irreductible invadió mi personalidad y me la cambió. De una chica alegre, entusiasta, con ganas de vivir y de ser la mejor médico, pasé a ser una chica que se dejaba llevar. No hacia las cosas por iniciativa propia. No tenia interés real por nada. Si, la expresión es: me dejaba llevar.
Esta vez el tratamiento fue con 2 medicamentos, con sus correspondientes efectos secundarios. Volví a subir de peso, me convertí en una autómata, deje de estudiar, no me concentraba ni para verla televisión, perdí las mestruaciones… Bueno, todos los efectos leves de los antipsicóticos atípicos. Pero mejore poco a poco. Esta vez no fue tan rápida la recuperación. Hasta bien entrado 2002 no recuerdo volver a tener ganas de hacer algo constructivo con mi vida. Simplemente me dejaba llevar. Este cambio coincidió con el cambio de medicación. Me fueron bajando la dosis de uno y me lo cambiaron por el que me curó el primer episodio. Y bueno, volví a ser un poco yo. Todavía me seguía dejando llevar por la vida, pero ya veía el futuro con más optimismo.
Había que hacer algo con mi vida. Tenia la errónea creencia que no podía aprobar el MIR (el exámen necesario para poder hacer una especialidad en España) pero igual podía trabajar como médico de otra forma. O en otra cosa. En junio de 2002 me apunté a un curso de Restauración de Mueble Antiguo financiado por la Comunidad Económica Europea y por mediación del INEM. Y al acabar el curso nos contrato el Gobierno de Cantabria para ocuparnos de los muebles de sus caserones. Se llamaba Proyecto Inserta. Recuerdo esa época como la más feliz de mi vida. Mi primer trabajo remunerado, creativo, relajante, que me hizo conocer a una gente extraordinaria y que me realizó como persona. Evolucioné. Cambié. Y decidí volver a estudiar medicina. Me puse en contacto con unos compañeros que estaban preparando el MIR y estudiamos juntos. Juntos aprobamos, juntos fuimos a Madrid a por la especialidad y juntos trabajamos durante algunos años. Un grupo estupendo, por cierto. Desde aquí les quiero dar las gracias. Porque esos 2 años que estudie con ellos fueron fantásticos. Os deseo desde aquí lo mejor, estéis donde estéis.
Y un poco todo: mi trabajo como restauradora, aprobar el MIR, hacer la especialidad, ver que era capaz de trabajar como médico, hacer nuevas estupendas amistades… hizo que me olvidara de que tenia un enfermedad invalidante. Sí, seguía dejándome llevar, pero eso lo he visto ahora. En ese momento seguía con mi proceso de negación y no querer saber nada de mi enfermedad.
Avanzamos en el tiempo y llegamos a 2008. Un gran acontecimiento en mi vida: me enamoré. Sé que es raro enamorarse por primera vez a los 37 años, pero yo lo hice. Muy difícil poder contar todo lo que me aporto ese chico. Lo resumo en alegría de vivir, entusiasmo de nuevo por la vida y todo lo que me rodea, ganas de mejorarme…Y se me notó en todos los aspectos, trabajo sobre todo. Hasta mi psiquiatra lo notó. De echo medijo: “Ya estas curada. Vamos a dejar poco a poco la medicación”. Y en 2009 empezamos a bajar la dosis. Para los que no creen en el poder del amor… ¡Qué experiencia! Y en junio de 2010 volvieron los síntomas. De nuevo los pensamientos de persecución, las ideas de auto-referencia… Por supuesto que afectó mi trabajo, mi economía (vivía de alquiler y sola en ese momento), mi familia, mis amistades… y lo que es peor… mi autoestima. Fui consciente entonces: ya no podía negarlo más. Tenia una enfermedad y tenia que vivir con ella. De las esquizofrénicas… la mejor. Esa idea estuvo conmigo los 15 días que estuve ingresada en la planta de psiquiatría de mi hospital de referencia. Se acabo dejarme llevar. Se acabo no ver la realidad ¡Esta vez tenia mucho que perder!
Cuando me dieron el alta en el hospital me quede atónita. El diagnostico no era de esquizofrenia. Había tenido un brote maniaco con dudosos síntomas psicóticos no congruentes. Parece ser que hace 14 años fui diagnosticada de trastorno psicótico no especificado por sufrir un cuadro paranoide y auto-referencial, sin síntomas de primer grado de esquizofrenia y con importante componente afectivo. El dejar la medicación junto a factores laborales y personales me llevaron a un cuadro maniaco (estado anímico expansivo, irritabilidad, aumento de planes de futuro, aumento de gastos, reducción horas de sueño por falta de necesidad subjetiva de dormir…)
Entonces… ¡no era esquizofrénica! ¿Qué es lo que yo era? ¡Ahora necesitaba saberlo! Cuando hablé con mi psiquiatra me explicó que el cuadro que tuve hace 14 años era evidente y el tratamiento adecuado. Que estaba curada, pero que cuando dejo la medicación… Ya lo decía un psiquiatra que conocí en Burgos: “no se puede suprimir el eje de dopamina en una mujer fértil…”. Para los profanos, no puedo dejar de tomar la medicación sin que tenga episodios de manía.
Así que ahora, tomo mi pastilluca todas las noches, hago dieta, me cuido, trabajo, salgo… Siempre tendré mi toque de suspicacia, mis ideas de persecución, mis risas inmotivadas (típicos de la esquizofrenia)… Lo considero la cicatriz de mi enfermedad pasada. Incluso la medicación que tengo que tomar de momento de por vida, es la CICATRIZ. Se acabo la angustia, el miedo, la negación, la represión… Tengo una profesión que me encanta, una familia a la que adoro y unos amigos fantásticos. Y por fin… ¡VIVO!
María
Acerca de los diagnósticos…
Los diagnósticos psicológicos y psiquiátricos generan más dificultades a las personas que beneficios, en tanto que se llevan como etiquetas definitorias de la personalidad. Cuando alguien dice “soy esquizofrénico” porque previamente le han dicho “eres esquizofrénico” ¿Puede ser otra cosa a partir de ese momento? ¿Puede dejar de serlo en algún momento? Es difícil, porque a partir de ese momento la persona se vive a sí misma de acuerdo a esa etiqueta y los que la rodean, familiares, pareja, amistades, profesionales… verán y tratarán a un/una “esquizofrénico/a.
El modelo médico y el de la psiquiatría buscan causas que expliquen el malestar que presenta el enfermo. A nivel orgánico seguir este método puede resultar útil, en la medida que diagnosticar una infección supone encontrar un virus o bacteria que la está causando y para la cual se prescriba un tratamiento en el momento de encontrarla. A nivel psicológico no funcionamos de la misma forma. La psiquiatría en tanto que su forma principal de tratamiento es de tipo farmacológico y deriva del modelo médico sigue el mismo procedimiento, pero sus resultados no suelen ser tan eficaces como en las enfermedades orgánicas (siendo esta una diferenciación arbitraria y que podría requerir algunas matizaciones).
Psicológicamente las personas no funcionamos igual. Saber la causa de un problema casi nunca nos lleva a su solución. Esta se consigue cuando analizamos el comportamiento que la persona está realizando ante unas variables previas y unos resultados concretos. Las variables previas las encontramos en la historia personal (lo cual no significa que tengamos que bucear en la infancia o en el pasado de la persona, sino que sabemos que lo que nos ocurre es fruto de la historia vivida “para bien y para mal”) y nos interesa conocer la función que cumplen en cada persona particular. Interesa conocer si la conducta que realiza le ofrece un resultado agradable o más bien aversivo. Si lo que hace le sirve para evitar, eliminar o controlar las emociones y pensamientos, las situaciones o las personas que le disgustan, es decir, el malestar que tenga de forma particular. Es importante averiguar si obtiene un alivio inmediato en forma de desahogo, distracción, menor intensidad del malestar, etc., que a la larga resulta un malestar mayor y una incapacidad para hacer las cosas que le importan en su vida. En el caso de María podríamos decir que los pensamientos “las voces en su cabeza” y las sensaciones desagradables que las acompañaban, le llevaron a aislarse, a parar su vida porque en la medida que se quedaba en casa, dejaba de estudiar, de relacionarse, conseguía quizá oírlas un poco menos o distraerse de ellas.
Cuando estamos en una situación como la de María nos interesa saber qué hacer y qué no hacer, es decir nos interesa saber “cómo hacer” y no tanto saber “qué tenemos” o mucho menos qué nombres y apellidos le han puesto los profesionales a lo que nos pasa.
María tenía muy buenos motivos para abandonar sus propósitos, para dejar de estudiar e incluso para quedarse en el sofá viendo la televisión. Esto es lo que hacen muchas personas cuando reciben un diagnóstico, sea de esquizofrenia, depresión o ansiedad. En general, las personas del entorno y quien recibe el diagnóstico consideran que primero tienen que “curarse” y después continuarán con su vida. El problema es que la vida sólo puede vivirse “en movimiento”, “haciéndola” y en el momento que nos paramos, la vida se para, se empobrece, se hace más limitada y nos encontramos peor que al principio. Afortunadamente María no paró, decidió seguir adelante a pesar de las molestias y las dificultades, como si se tratara de llevar consigo una mochila cargada con cierto peso. Siempre es más fácil y agradable caminar sin mochila o con poco peso en la espalda, pero en ocasiones no podemos elegir la mochila que llevamos, solo podemos elegir llevarla.
El proceso que ha seguido María es de aceptación. Ha aprendido a reconocer e identificar los pensamientos y emociones que no puede controlar, pero que puede llevar consigo mientras ella camina por su vida, eligiendo lo que sí depende de ella, como relacionarse, estudiar, trabajar en lo que le gusta, y muchas otras cosas que dan sentido a su vida. No importa cuáles sean los “apellidos”· que tiene su diagnóstico, ni que ahora tenga un diagnóstico diferente del de antes. En esta situación la medicación no cura, porque no hay ningún virus que tratar, ningún tumor que extirpar, ningún hueso que recomponer. Todas las personas “oímos una o varias voces en nuestra cabeza” es lo que llamamos “mente” y también tenemos la capacidad de “sentir”, tenemos emociones y sentimientos; sin embargo, no somos las voces, ni los sentimientos, somos algo más. Somos un YO, un ser con capacidad para elegir, para ver y darnos cuenta. Nos damos cuenta de los pensamientos que tenemos en cada momento, aunque a veces estamos tan acostumbrados a escuchar a nuestra mente que no hacemos diferencia. Al igual que percibimos y experimentamos los sentimientos, emociones y sensaciones de forma súbita y no nos damos cuenta de que nosotros no somos esas emociones, como el cielo no es las nubes que a veces lo cubren. Los pensamientos y las emociones pasan, van y vienen, se pueden quedar un tiempo largo, pero siempre pasan. Uno mismo es permanente, el YO siempre está. Por eso María sigue caminando por la vida “con su cicatriz”. Llevándola ella. Dirigiendo sus pasos.