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Juan

Juan tiene 34 y Mercedes 31 años. Están intentando tener un bebe desde hace algunos meses y aún no lo han conseguido. Ella actualmente está trabajando fuera y solo pueden verse los fines de semana y algún día durante la semana.

Ha visitado al ginecólogo y no le ha detectado ningún problema. El dice que su problema es que “en los últimos tres coitos que hemos practicado en días distintos no he conseguido eyacular no sé si debido a la ansiedad que me produce querer dejarla embarazada u otra cosa, pero, a pesar de tener erecciones duraderas no he llegado a eyacular. Para poder eyacular me he propuesto no masturbarme ni hacerlo hasta que lleguen sus días fértiles del siguiente mes para así poder eyacular debido a las ganas acumuladas sin hacerlo”. Están muy preocupados por no poder conseguirlo y desde hace tiempo sus relaciones sexuales se han vuelto más insatisfactorias.

Ante esta consulta plantearse indagar la forma de mejorar su eyaculación y la calidad del semen, no parece que vaya a dar resultados muy positivos. Derivarles a un especialista en reproducción puede ser una salida, sin embargo, antes de eso quizá merezca la pena abordar otras cosas.

La dificultad de esta pareja, como la de tantas otras hoy en día, está en el estilo de vida y la actitud con la que nos enfrentamos a ella. En este momento histórico en el que la ciencia nos permite transplantar órganos del cuerpo y seguir viviendo con una calidad de vida bastante aceptable, curar enfermedades que hasta no hace demasiado tiempo eran incurables o concebir seres humanos en probeta; pensamos que “todo es posible” y sólo hace falta disponer de la técnica o la fórmula adecuada para resolverlo. Lamentablemente, la realidad una y otra vez se encarga de mostrarnos imágenes de personas que mueren sin tener acceso a los fármacos o por catástrofes naturales totalmente imprevisibles.

Imagino que es normal esa primera reacción de buscar una solución rápida y eficaz ante alguna dificultad que nos surge; pero más allá de esa primera reacción, quizá convenga pararnos un instante y plantearnos lo que estamos haciendo, la vorágine en la que a veces estamos metidos o la calidad de la relación que estamos manteniendo.

Mi respuesta a esta pareja empieza por sugerirles “cultivar la paciencia” ¡sí! ya sé que es mucho más fácil de decir que de hacer, pero creo que es algo que forma parte de la solución en esta situación. El primer dato que me llama la atención de su consulta no es la dificultad que puedan tener con la eyaculación, ni la falta aparente de problemas ginecológicos para concebir; el primer detalle es que “la mujer en este momento está fuera por motivos de trabajo y sólo se ven los fines de semana”. Pareciera que esta cuestión no tiene mayor importancia y sin embargo, quizá es la clave de lo que les está sucediendo. Derivado de ello vienen las dificultades para eyacular dentro de la vagina por la presión de tener que hacerlo “a demanda” y no por placer. Trabajar fuera, significa probablemente estrés. Significa viajes, falta de tiempo, rapidez, quizá una alimentación inadecuada, poco espacio para “estar”, “sentir” y “ser”. Aspectos intangibles, pero importantes en el proceso de la concepción. Otras cuestiones que hay que plantearse son las referidas al erotismo, no es lo mismo implicarse en una relación mecánica con el fin del embarazo, que disfrutar placenteramente de la relación y como resultado del placer aparezca el embarazo. El hijo vendrá antes o después, es cierto que cuando se toma la decisión de tenerlo se ansía que suceda cuanto antes, pero no está en nuestra mano influir para que eso sea posible.

Es curioso como a veces somos más capaces de embarcarnos en costosos métodos de fertilidad, con el esfuerzo a todos los niveles que suponen y la repercusión en cada individuo y en la relación; acudir a fórmulas de control, sacrificio, restricciones con el fin de favorecer el embarazo anhelado y sin embargo, apenas nos paramos a considerar la posibilidad de que sea en nuestros mismos y nuestras dificultades personales, nuestros miedos e inseguridades, nuestras carencias que quien más quien menos arrastramos desde la infancia; o bien, en la debilidad del vínculo que por exceso de prisa y obligación se ha resentido, o la insatisfacción en las relaciones sexuales que se vienen manteniendo desde aquel momento en que dejamos de explorar el erotismo y nos conformamos con una relación cada diez o quince días, tan previsible, como mecánica, o en otros aspectos de nuestra vida que no se ajustan a lo que teníamos planeado.

Es posible que en los momentos que aparecen estas dificultades, sea la ocasión idónea para aprender de nosotros mismos y la relación en la que estamos “es un momento único para aprender a querer lo que recibimos, en lugar de recibir lo que queremos.